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REGULARIZACIÓN, ACTUALIZACIÓN Y CAPACITACIÓN: BUENOS HÁBITOS DE APRENDIZAJE

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Por Javier Carlo

 

Foto de: Alberto Uc.

 

Fecha de publicación: 29 de febrero de 2013

En la era digital, la información constituye un recurso de gran valor –quizá el más–, sin embargo, tiene fecha de caducidad. Generar conocimiento y hacerlo rendir, implica que las personas y las organizaciones cuenten con fuentes de información de calidad y las renueven constantemente, lo cual no sólo se remite a la preparación académica, sino que abarca todos los ámbitos de la vida; ya sea que se trate de conocimiento tácito, esto es, acumulado de las experiencias, o dirigido, como resultado de un proceso formal.

Haber concluido un programa universitario es en dado caso, un punto de partida que nos permitirá sobrevivir socialmente y ajustar mejor nuestro pensamiento a la llegada de nuevos paradigmas, pero no es suficiente. En tanto que la información se encuentra en todos lados y en grandes cantidades, la regularización y la actualización de aquello que sabemos, así como la capacitación en nuevas habilidades y conocimientos, se erigen hoy por hoy como hábitos de aprendizaje muy saludables. Factores clave –no pocas veces– del éxito de un propósito o una empresa.

En este sentido, debe quedar claro que la escuela, aunque importante, no es el principio, ni el fin, de un proceso de conocimiento, y que cualquier persona u organismo social que quiera salir adelante, ha de complementar y enriquecer sus fuentes de información.

Antes de continuar, vale la pena hacer una distinción clara entre estos 3 conceptos. Por una parte, la regularización aborda el hecho de mejorar aquellos conocimientos, destrezas y habilidades que ya se tienen, es decir, resolver lagunas y perfeccionarlos; situación que es recomendable tanto durante el proceso de enseñanza, por ejemplo, quien se regulariza de lo que aprende en sus clases; como en un período posterior.

La actualización, en cambio, se trata de poner al día ese mismo cúmulo de conocimientos, pero en un período posterior al proceso de enseñanza original; con la intención de comprender los avances en la materia, obtener nuevos enfoques y aplicar el saber a contextos vigentes. No menos importante, la capacitación se centra en un proceso de adquisición de nuevos conocimientos, destrezas y habilidades, a fin de incrementar el cúmulo ya existente y sacar ventaja de tal engrosamiento; proceso frecuentemente dirigido a la consecución de metas específicas, por ejemplo, en lo laboral o lo profesional.

Dicho lo anterior, siempre es buen momento para adoptar uno de estos hábitos de aprendizaje, así sea para completar la información recibida en la universidad, para perfeccionarnos en alguna actividad deportiva o artística, para enriquecer nuestro perfil profesional, para desarrollar mejor alguna actividad en el trabajo o simplemente para hacer algo nuevo.

Ahora bien, darse a la tarea de elegir al mentor adecuado para engrosar nuestro conocimiento, no es cualquier cosa, pues tal como ocurre con una esponja, absorberemos su expertise y en una u otra medida, asumiremos su estilo; asunto delicado, toda vez que habría que pensar ‘a quién nos queremos parecer’, ya sea profesional o laboralmente, o en alguna otra actividad. En este sentido, me permito hacer algunas sugerencias útiles a la hora de elegir un instructor, independientemente de los modelos que hayamos decidido (o no) seguir.

1. Conocer la formación académica y la trayectoria profesional del posible mentor. Es importante que el instructor tenga un conocimiento vigente acerca del área en la cual uno quiere especializarse; así mismo, que su trayectoria refleje un equilibrio entre la práctica instructiva y la práctica profesional, a fin de ‘aterrizar’ el conocimiento que se está recibiendo. Si cuenta con un despacho o una firma propia, y un pool de colaboradores, mejor.

También es importante pedir referencias, pero no al grado de la obsesión. En este sentido, no recomiendo solicitarlas a miembros de grupos escolarizados, pues los sistemas educativos actuales tienden a recoger opiniones ‘clientelistas’, poco objetivas, así que es mejor solicitarlas a personas o a empresas con las que haya trabajado hombro a hombro, casi en plan personalizado.

2. Conocer las directrices del modelo educativo con el que el mentor trabaja. Cada área de conocimiento tiene sus particularidades, aprender matemáticas o corregir la redacción, por ejemplo, suele ser más efectivo a través de un modelo tradicional, con el que la mayoría de nosotros fuimos educados; a diferencia de aprender a nadar o a andar en bicicleta, actividades que implican forzosamente práctica. Y aunque los modelos constructivistas y basados en competencias estén en boga, no siempre es factible, ni conveniente, sumergir al aprendiz en un ambiente de acción simulado, insisto, porque no siempre hemos sido educados así.

Al respecto, mi recomendación es elegir un instructor que maneje una combinación de los modelos instruccionales clásicos y los nuevos modelos de enseñanza, lo cual es sumamente efectivo, pero también he de advertir que tiene su costo, mismo que se avala en la calidad recibida (y eso, no cualquiera).

3. Preferir un buen nivel de personalización, que una cartera de clientes numerosa que respalde al mentor. Estos 3 hábitos de aprendizaje no son lo mismo que una clase de escuela, donde llega a haber 50 personas o más (incluso en instituciones privadas). Las grandes ventajas de contar con un instructor personalizado son, por una parte, que este puede dedicar toda su atención a la persona o al grupo; por otra, que puede diseñar un programa de instrucción basado en las necesidades requeridas; y no menos importante, que puede hacer ajustes tanto a los contenidos como a las prácticas y a los tiempos, de acuerdo al nivel de progreso del o los aprendices.

Es así de simple, un mentor con muchos clientes podrá avalar la labor de otros instructores con su firma, pero difícilmente podrá trabajar hombro a hombro con sus discípulos y darles un seguimiento apropiado. Mi recomendación es, opte por el instructor que sí esté con usted.

Ámbitos muy especializados como el de la comunicación –por citar buena parte de nuestros casos–, requieren de mentores con un perfil complejo, que tengan conocimientos técnicos, de habilidades comunicativas, estratégicos y hasta científicos, y que los sepan aplicar; o bien, necesitan un pool de instructores que cubra todas esas líneas.

En uno u otro caso, encontrarlos es hallar una aguja en un pajar, por lo que mi recomendación final es valorarlos y retribuirlos de forma justa, pues no pocas veces su asesoría llega a convertirse en el ingrediente principal de nuestro éxito.

Y si de asesoría se trata, para regularización, actualización o capacitación en habilidades y estrategia de comunicación, pueden contactarme. Será un gusto fortificar esos hábitos.

 

__________________

JAVIER CARLO. Maestro en Administración de Tecnologías de Información por parte del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México, y Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España. Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del ITESM; cuenta con estudios sobre publicidad, desarrollo de proyectos, psicología social y antropología de las organizaciones.

Estratega en comunicación y catedrático. Su experiencia profesional abarca el desarrollo de proyectos de comunicación –contenidos y producción– y el marketing para medios; así como el diseño de programas educativos a nivel superior y la docencia.

Actualmente es colaborador del Tecnológico de Monterrey, colaborador de la ‘Revista PYME’ y gestor de proyectos de comunicación.

Contacto:
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twitter: @javocarlo
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